Yo vengo de los setentas…

Deportes

Por: Fausto Dávila Rodas

La ciudad de Ibarra no pasaba de diez cuadras a la redonda desde el parque Pedro Moncayo y estaba rodeada de haciendas, se respiraba un aire de total tranquilidad que permitía dejar las casas con las ventanas abiertas y sin rejas para que ingrese el astro rey con total libertad, cual cómplice del calor de hogar. En las noches religiosamente a las nueve, se escuchaba la sirena del cuerpo de bomberos; era la señal para que los muchachos entraran a casa y a la severa orden del padre, cerraran la puerta de calle que también permanecía abierta todo el día.
Recuerdo que acompañaba a mi madre a las compras del inaugurado Mercado Amazonas. La economía familiar no permitía ocupar el “carro de plaza” (taxi) y tocaba contratar al célebre “cargador”, quien llevaba el bulto de productos sobre sus espaldas, los mismos que servían para satisfacer el hambre de los nueve miembros de nuestra familia y uno que otro visitante que acostumbraba llegar a casa, justo a “golpe de olla”.
En el plano mundial, los gringos se enfrentaban a los rusos sin agredirse; su desafío consistía en ver cuál de ellos mandaba su mejor nave al espacio; en el deporte ciencia, Spassky y Fischer libraban su propia batalla, también para ver cuál de ellos era el primero en comerse al rey; paralelamente Muhammad Alí se proclamaba como el mejor “trompón del planeta”. En el Ecuador terminaba a la fuerza el período del cinco veces presidente, para pasar a la dictadura militar y al posterior advenimiento de la democracia, con la fresca figura de Jaime Roldós Aguilera.
Ibarra contaba con los primeros teléfonos de disco en sus domicilios y que no permitían hacer llamadas a nivel nacional, pues para ello obligadamente íbamos a la Empresa de Teléfonos de la Estación del Ferrocarril. La telefonía móvil era solo para series de ficción al estilo de Dick Tracy. Lejos estaba el aparecimiento del ordenador nuestros esforzados trabajos, los hacíamos en máquina de escribir y no permitían errores en el tipiado so pena de la baja de puntos del exigente profesor. Traigo a mi memoria el televisor a color que compró mi padre con mucho esfuerzo y que nos permitió ver por primera vez “en vivo y en directo”, el Mundial de Futbol de Argentina 78.
Los jóvenes mostraban su rebeldía al estilo James Dean, también influenciados por los rezagos del concierto de Woodstock, legendario festival de la era hippie (del amor y paz); con sus singulares vestimentas y llamativos zapatos de plataforma, pantalones acampanados, hebillas grandes, camisas sicodélicas y cabellos largos, evidenciaban con ello su total irreverencia.
Vivimos una época prolífica de la música en varios de sus géneros, desde la nacional, la protesta, el bolero, las baladas románticas que inspiraban nuestras serenatas, la instrumental con sus grandes orquestas, la tropical traída desde Colombia con los famosos discos Fuentes, el rock (hoy llamado clásico), el pop y la música disco que producía en los muchachos su “fiebre de sábado por la noche”; bajo la mezcla de acetatos del inolvidable disco móvil Voyage. Quién de nosotros iba a pensar que las pesadas cajas de transporte de cientos de discos de vinilo, hoy puedan caber en un simple pendrive.
El coliseo llamado “Viejo” situado en la Plaza de El Águila, testigo de varias epopeyas deportivas cerraba sus puertas, para que su cancha de cemento fuera remplazada por el parket del inaugurado Coliseo “Luis Leoro Franco” y a donde pasaron los primeros tableros de fibra de vidrio y el estreno de un ruidoso marcador electrónico. La piscina Municipal de la calle Rocafuerte también cerraba sus grifos y fuimos a las modernas instalaciones de la piscina Olímpica, para gozar de su agua temperada y experimentar sin ningún entrenamiento de una preciosa fosa de saltos ornamentales. Igualmente empezarían las primeras competencias hípicas con la Cacería del Zorro, que han llegado a convertirse en número icónico de las fiestas de Ibarra. También se inauguró el mítico Autódromo Internacional de Yahuarcocha, en donde se desarrolló la competencia de las “12 Horas Marlboro”, y que congregó en sus aposentadurías naturales a más de cien mil personas.
Los docentes nos inculcaron al amor por la lectura, nuestros padres en cambio, a considerar a las personas mayores y al respeto a la palabra empeñada; fui parte de esa generación de edición limitada, la que escuchaba música que no agredía, de esa que se deleitaba con las radionovelas. Pertenecí a esa muchachada que luego de la matiné de los domingos del Teatro Gran Colombia se congregaba en el “Andys,” el primer burguer que tuvo Ibarra, situado en la esquina del parque Pedro Moncayo; este contaba con la novel máquina dispensadora de cola; para más tarde, disfrutar de la retreta de la Banda Municipal al compás de ese gran personaje que fue Ramiro Amaya; restaba el cierre de la noche con la despedida del último amigo, y retornar a casa a preparar “el horario” del aburrido lunes.
Yo vengo de los setentas década brillante y bella. En la que por primera vez, conocí el amor…

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